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Hace 25 años, 189 países firmaban la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, la cual sigue siendo la hoja de ruta más progresista para el empoderamiento de las mujeres y las niñas. El documento celebraba la conquista de la igualdad de acceso a la educación primaria en casi todo el mundo y un aumento considerable del número de mujeres en la educación terciaria, al mismo tiempo en que señalaba la persistencia de la discriminación en el acceso debido a “actitudes arraigadas, a embarazos y matrimonios a edad temprana, a lo inadecuado que resulta el material didáctico y educacional y al sesgo de género que éste muestra, al acoso sexual y a la falta de instalaciones de enseñanza apropiadas y accesibles en el sentido físico y en otros sentidos”.
Este año, en su declaración a propósito del Día Internacional de la Mujer, la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, recuerda que aún hoy ningún país en el mundo puede afirmar haber conquistado la igualdad de género. Las mujeres y las niñas siguen siendo subvaloradas, sufren violencia en sus casas, instituciones educativas y demás espacios públicos, trabajan más y ganan menos y tienen menos posibilidades de elección. Además, siguen usando el triple de tiempo y energía que los hombres y los niños en tareas del hogar, lo cual imposibilita la igualdad de oportunidades en educación y en el mercado de trabajo.
Tal como la Declaración de Beijing, Mlambo-Ngcuka reconoce avances en el acceso de las mujeres a la educación, que hoy son mayoría en el nivel terciario. Lo mismo hacen los países de América Latina en sus documentos de planificación, donde destacan que, en los niveles inicial, primario y secundario, en general, no se observan diferencias por sexo en el acceso, señalando incluso, en los últimos años, un notable aumento en el ingreso de las mujeres al nivel superior.
Sin embargo, al analizar en profundidad la educación terciaria o superior, aún las cifras positivas referentes al acceso ocultan núcleos problemáticos de la realidad educativa de varones y mujeres, sustentados en roles y estereotipos de género. La oferta educativa del nivel refuerza la segmentación de género al basarse en la división sexual del trabajo, y hace que las mujeres sigan siendo mayoría en carreras consideradas femeninas y minoría en carreras consideradas masculinas. Además, las carreras masculinizadas reservan una serie de nuevos obstáculos a aquellas mujeres que se arriesgan a romper la barrera de acceso.
Para la docente de la Universidad de Chile y consultora del IIPE UNESCO, Carolina Muñoz Rojas, transformar esta realidad exige no solo cambios normativos, sino también acciones afirmativas, políticas públicas como la transversalización de género y “sobre todo, generar investigación y estadísticas con un nivel de desagregación que puedan reflejar la dimensión interseccional de la desigualdad”.
En entrevista, Muñoz habla de algunos de los temas que está desarrollando en el nuevo documento de Estado del Arte sobre género y educación y formación técnico profesional del área de Investigación del IIPE UNESCO, a ser publicado durante el mes de abril.
¿Cuáles son los factores que inciden en la elección profesional de las personas? ¿Por qué hasta hoy se mantiene un orden desigual de género entre las carreras?
Desde un punto de vista crítico y de género, estas elecciones no son del todo libres, dado que existe un fuerte condicionamiento cultural para que elijamos una u otra formación, oficio o profesión, incluso dentro de un ámbito educativo de formación más básico, primario y secundario, que se inclinen los intereses de las personas por un área o por otra. Los estudios de género han enfatizado la importancia que tienen los procesos educativos, la socialización de género, ya sea formal, dentro de los sistemas educativos, o informal, dentro de la familia o las comunidades.
La división sexual del trabajo jerarquiza y estructura la desigualdad de género, define labores productivas y reproductivas, unas vinculadas más a los varones, otras más a las mujeres, -con valoraciones económicas, sociales y culturales también distintas- y esas diferentes tareas laborales tienen su correlato en distintas áreas del conocimiento, en distintas profesiones u oficios. Las mujeres y los hombres, producto de la socialización, evidentemente eligen estudiar en la educación superior o terciaria aquello que les resulta más afín; y eso está fuertemente condicionado por los roles de género.
¿Cuál es el rol de los actores educativos en la manutención o transformación de esta realidad?
El rol de los actores educativos es muy importante para reproducir un orden desigual de género, un orden tradicional. Pero también puede ser muy significativo para transformarlo. Me gusta mucho poder hacer esa doble distinción. Los actores educativos formales e informales (porque la familia es un actor educativo en el ámbito informal) van a reforzar los roles, que es lo que tradicionalmente se hace, pero también tienen un importante rol para poder cuestionarlos, desconstruirlos y generar un proceso, no sólo de elección de carrera sino de formación, que esté más centrado en las personas, en el desarrollo de sus talentos y en la libre elección y desarrollo de una actividad profesional. Los y las docentes tienen un rol clave en poder visibilizar los sesgos de género y promover una educación no sexista.
Es posible reconocer avances en el acceso de las mujeres a todos los niveles educativos, ¿pero qué desafíos específicos enfrentan una vez que ingresan al nivel terciario?
Los datos de América Latina indican que la más alta tasa de participación de las mujeres está en la educación superior. Pero ahí vuelve a ocurrir la segregación ocupacional. Ahora, también ocurre que hay mujeres que están en áreas que son tradicionalmente masculinas; o sea, que rompieron esa barrera. Pero dentro de esas áreas se vuelve a reproducir la división sexual del trabajo y vuelven a asumir tareas dentro de sus carreras que reproducen la división sexual del trabajo.
Si bien la educación técnico profesional en América Latina es un ámbito donde ingresan desde sus inicios hombres y mujeres, se conforma en torno a los oficios, los cuales están altamente segregados. Varios estudios realizados en la CEPAL indagaron en las trayectorias de las mujeres en carreras tradicionalmente masculinas. Esas mujeres se enfrentan a un ámbito también desigual y bien hostil. Por ejemplo, mujeres que estudian carreras técnicas vinculadas a la electricidad, se dedican más a labores administrativas que a trabajar en las instalaciones eléctricas. Se tiende a pensar que las mujeres están más expuestas al riesgo, y en realidad el riesgo a una descarga eléctrica lo puede enfrentar cualquier persona.
Sin duda han habido avances en el ingreso de las mujeres a los distintos ámbitos educativos, pero no necesariamente una superación de las desigualdades de género en su dimensión más estructural.
Uno de los nudos más críticos es la división sexual del trabajo, que no solamente incide en la segregación ocupacional sino también en que las tareas reproductivas, el trabajo doméstico o el trabajo de cuidados, han recaído y siguen recayendo en las mujeres. Esto también es una barrera para que puedan estudiar, para que puedan trabajar remuneradamente, para que puedan tener una mejor situación socioeconómica.
¿Cómo es posible avanzar en la reducción de las brechas de género desde el punto de vista del planeamiento educativo?
El punto de partida es reconocer la desigualdad. El siguiente paso es asumir que tenemos que transformar esa situación desigual, mejorar las condiciones de vida de todas las personas afectadas por la desigualdad de género: las mujeres en su diversidad, las personas trans, las personas con una orientación sexual no heterosexual, que se ven afectadas en su desarrollo humano en términos integrales del ámbito educativo.
El “cómo” pasa por dar el siguiente paso, el cual implica reconocer el rol que les cabe a todos los actores educativos, reconocer los sesgos de los docentes, los sesgos de las propias instituciones y poner en el centro a las personas más allá de sus características, ahora sin negar que hay ciertos factores que generan desigualdad y exclusión.
Desde las políticas de género se han esbozado distintas estrategias. Son importantes los cambios normativos y legislativos, pero no son suficientes. Las acciones afirmativas son también muy necesarias, sobre todo para dar participación y representación a los grupos excluidos en áreas donde no han podido participar. Desde las políticas públicas se ha desarrollado la estrategia de la transversalización de género, que es ir más allá y revisar cómo todas las acciones públicas inciden en la desigualdad y pueden incidir en la transformación. El currículo es un ámbito clave. Sobre todo, generar investigación y estadísticas con un nivel de desagregación que puedan reflejar la dimensión interseccional de la desigualdad.
Hasta ahora, quienes han roto las barreras de género y los estereotipos somos las mujeres, no necesariamente los sistemas educativos.
Aquellas mujeres que van rompiendo los estereotipos y las barreras, que entran en carreras masculinizadas, en general asumen los costos de manera personal. Son ambientes muy hostiles para la mujeres, donde hay violencia, acoso, abuso, subvaloración y escaso reconocimiento. Por lo tanto, la tarea es ahora que sean los propios sistemas educativos los que rompan esas barreras y transformen esa desigualdad. Que no siga siendo un costo asumido por las propias mujeres.
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